Renta fija, sí, pero ¿con qué duración?

Bonos, letras del Tesoro o pagarés de empresa son activos de renta fija. Su duración, que puede ir desde unos pocos meses a décadas, es importante para calibrar su idoneidad. Aprende cómo puedes mejorar tu estrategia.

Vivimos desde hace unos meses una pequeña euforia entre los ahorradores particulares por las letras del Tesoro, después de años sin ofrecer ningún atractivo. Y es que la subida de los tipos de interés ha precipitado el regreso de la rentabilidad a la renta fija, el tipo de inversión que suele preferir el cliente de perfil más conservador, interesado por un nivel de riesgo menor que el que presenta, generalmente, la renta variable. 
 
Sin embargo, detrás de la denominación de renta fija se esconden clases muy diferentes de activos. Empezando por si el emisor es un organismo público o una empresa privada y siguiendo por el plazo al que se emiten o su duración. 
 
De hecho, esa duración se utiliza como termómetro de la volatilidad de un título de renta fija ya que, a mayor plazo, mayores serán las fluctuaciones de precio que sufrirá el título debido a los cambios en los tipos de interés. Así pues, un bono de duración corta (inferior a 3 años) habitualmente se ve menos afectado por incrementos de tipos y, en consecuencia, se considera un activo con menos riesgo que otro título con duración más larga. 

Activos a corto y largo plazo

Dentro de la renta fija hay títulos con duraciones que van desde solo unos pocos meses hasta décadas. Veamos los principales tipos.
 
  • Deuda Pública
    • Letras del Tesoro: entre 3 y 18 meses.
    • Bonos del Estado: a partir de 3 años y no más de 5 años.
    • Obligaciones del Estado: a partir de 5 años, hasta incluso los 50 o más años.
 
  • Renta fija privada
    • Pagarés de empresa: el vencimiento es a corto plazo y las emisiones más frecuentes son de 1, 3,6, 12 y 18 meses. 
    • Bonos y obligaciones simples: son valores a medio y largo plazo, es decir, de 2 a 30 años.

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Distintas estrategias

Actualmente, los tipos de interés se sitúan entre el 4 % y más del 5 % en la zona Euro y EE. UU. respectivamente. Esas tasas o tipos se dan en un momento en el que los bancos centrales se debaten entre seguir aumentando tipos para contener la inflación o cambiar su política monetaria para intentar contener el deterioro de las economías. Es decir, no sé sabe si hemos llegado ya a los máximos, ni si los tipos permanecerán en los niveles actuales durante cierto tiempo o en breve se iniciará el descenso, ni cómo incidirá en la economía. Todas estas cuestiones son importantes para calibrar la idoneidad de un tipo de deuda de mayor o menor duración.
 
No obstante, hoy en día la mayoría de los expertos coinciden en que las remuneraciones de los activos de renta fija a corto plazo son atractivas, sin que se tenga que aumentar mucho la duración y, por lo tanto, el riesgo. A medida que bajen los tipos de interés, sí que habrá que sopesar ampliar el plazo y el riesgo, para así tener más posibilidades de captar rentabilidad.
 
Es más, tratar de anticipar los movimientos de los tipos de interés es lo que hacen los profesionales a la hora de gestionar el riesgo en una cartera de inversión. Ante un entorno de subida de tipos, buscan reducir lo más posible la duración de los activos para tratar de minimizar el impacto de nuevas subidas.  Y, al contrario, si esperan caídas en los tipos de interés, incrementa la duración de la cartera con el fin de beneficiarse lo más posible de las rebajas de tipos.