El principio clave para invertir: celebrar la paciencia como ventaja competitiva

Con motivo de la Semana Mundial del Inversor (World Investor Week - WIW), organizada por la Organización Internacional de Comisiones de Valores (IOSCO), recordamos la importancia de tener una visión de futuro, disciplina y estrategia para lograr que un ahorrador se convierta en un constructor de riqueza sostenible a largo plazo. La inversión constante y el interés compuesto pueden transformar un ahorro de 96.000 dólares en 210.552 en solo dos décadas.

La mayoría de nosotros, más a menudo  de lo que pensamos, nos convertimos en trabajadores de profesiones que nunca hemos ejercido. Psicólogos de un buen amigo, chefs de la familia, manitas de la casa y hasta jardineros. Sin embargo, hay una más figurada que literal, en la que no reparamos y en la que deberíamos aspirar a convertirnos: arquitectos de nuestro patrimonio.

Construir un patrimonio, pequeño o grande, partiendo de cualquier tipo de base, se parece mucho a construir una casa. Primero se necesita saber qué quieres construir, después se dibuja y se revisa sobre el papel, se eligen los materiales y, con todo un trabajo previo largo, se empieza a edificar. Cimientos, instalaciones, muros, vigas, tabiques…

El constructor de la prosperidad

Un inversor, además de ser arquitecto, es también constructor de prosperidad. Prosperidad propia y también ajena. Con todo el trabajo de arquitectura hecho, cuando la casa comienza a levantarse, empieza a ponerse las bases de la riqueza. Vamos a verlo con algunos datos curiosos.

Invertir frente a no hacerlo tiene un resultado muy diferente en el plazo de una década. De hecho, si lo bajamos a números, un hogar que ahorre 400 dólares todos los meses, al cabo de 10 años tendrá 48.000 dólares – sin contar el efecto de la inflación –. El mismo hogar que invierta esos 400 dólares en una cartera al 7% tendrá 69.637 dólares después de 10 años: más de 21.000 dólares de diferencia. 
Si esta práctica se mantiene durante dos décadas, el primer hogar tendría 96.000 dólares, mientras que el segundo llegaría a los 210.552 dólares. La diferencia es abismal.

¿Pero sabes una cosa? Según la World Federation of Exchanges, en los países de ingresos altos, un aumento del 10% en la capitalización bursátil se asocia con un incremento del 0,045% en el crecimiento económico a largo plazo. La relación en los países de ingresos bajos y medios es más débil, reflejando desafíos como sistemas financieros subdesarrollados e ineficiencias estructurales

La fórmula secreta del éxito inversor

Arquitecto, constructor y ¿yoggie? No, no es necesario que hagas el saludo al sol, aunque sí que mantengas la calma. Como  dijo Warren Buffett, el verdadero secreto está en el largo plazo. Si ya tienes los planes, si la casa ya se empieza a construir solo te queda tener paciencia. Probablemente, si cambias de opinión en lo que querías al inicio, todo se retrase. Cuanto más bandazos des, más tardarás en llegar al objetivo y, quizá, también te costará más.

Si te parece poco el ejemplo anterior, sobre cómo el efecto de la inversión constante y el interés compuesto transforman un ahorro de 96.000 dólares en 210.552 en dos décadas,  según un estudio muy revelador de Fidelity.

La gestora de activos decidió hacer un estudio entre sus inversores para saber quiénes eran los mejores. Para ello decidió coger los datos entre el año 2003 y 2013 y descubrió que los que mejores datos tenían eran o aquellos que se habían olvidado de su inversión o los que habían muerto. Es decir, los que no tocaron nada.

Además de este dato, hay muchos otros que señalan cómo el inversor minorista obtiene menos rentabilidad que los grandes inversores o los índices. Entre los motivos siempre se encuentra la impaciencia y el jugar a entrar y salir del mercado.

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Entonces, qué consiste invertir a largo plazo?

Construir una catedral no es lo mismo que construir una pequeña casa de pueblo. La primera queda durante siglos. Entre sus muchas diferencias, una de las más importantes está en el tiempo de construcción. Para la catedral se necesita paciencia, paciencia para hacer historia. Algo así ocurre con la inversión.

Invertir a largo plazo no significa comprar un activo y no hacer cambios, olvidándonos para siempre.. Significa elegir buenos activos, hacer aportaciones periódicas y revisar la estrategia. Como en toda construcción, a veces surgen problemas y hay que cambiar materiales o acabados. Con la inversión ocurre lo mismo: el plan general se mantiene, aunque se ajusten algunos detalles para alcanzar el objetivo final.

¿Tendría sentido mantener la inversión en un sector que ha dejado de ser interesante? Seguramente no. Es un buen momento para tomar esos beneficios y poner el dinero en otro lugar mejor. De eso se encargan los gestores y asesores. Recuerda que en todas las construcciones surgen problemas y a veces hay que cambiar el material o los acabados. Ocurre lo mismo aquí. El plan se mantiene siempre, pero pueden cambiar algunos detalles para conseguir el objetivo final.

La alternativa a no invertir es perder dinero

El actual sistema financiero, y más concretamente el monetario, es inflacionista. Esto quiere decir que cada año suben los precios y que el dinero que se tiene ahorrado pierde valor año a año. Por ejemplo, el dólar americano ha perdido un 21% de poder de compra desde el año 2020. Vamos, que una familia que tuviera 100.000 dólares en cuentas o depósitos sin remunerar en 2020, ahora equivaldría a 79.000 dólares en términos reales. Por tanto, no hacer nada es también hacer algo. 

La teoría de la cartera permanente

El economista Harry Browne desarrolló a finales de los 70 y principios de los 80 la teoría de la cartera permanente, que después popularizó en el libro ‘Fail-Safe Investing’. En este planteamiento, Browne creó una cartera para que funcionase bien siempre, independiente de cuál fuera el ciclo económico. Se trataba de aportar un 25% a acciones, un 25% a bonos de largo plazo, un 25% a oro y otro 25% a liquidez (generalmente en monetarios). Pues bien, esta cartera ofrecería un rendimiento de entre el 6 y el 9% anualizada desde 1972.