¿Dónde está mi taxi volador? Así es el estado de los vertipuertos

Los taxis voladores todavía no despegan, y los retos tecnológicos, sociales o legales son múltiples. Ya se están ideando infraestructuras de despegue y aterrizaje –los denominados vertipuertos–, primero para carga y luego para personas.

Películas como Blade Runner, Regreso al futuro 2 o El quinto elemento hicieron que imaginásemos un futuro en el que los coches volaran. En esta utopía podríamos llamar un aerotaxi para desplazarnos por el cielo y viajar por autopistas a múltiples niveles. Había hasta atascos. Sin embargo, el coche volador nunca llegó a arrancar del todo, y vehículos más livianos aparecen ahora como alternativa para transportar mercancía. ¿Por qué no vemos coches voladores y hacia dónde va el transporte aéreo local?

Han existido algunos intentos de poner alas a los coches. Literalmente, alas. Dos de los casos más sonados son el Convair Model 118 de 1947 o el AVE Mizar de 1971. Estos diseños consistían en automóviles convencionales sobre los que se instalaba una estructura de avioneta sin cabina. Eran tiempos en los que la industria automovilística arrojaba esperanza en el progreso, pero las leyes de la física (y de los humanos) no daban permiso para su popularización.

Los coches siguieron pegados al suelo por muchos motivos, pero entre los más importantes estaban que volar una avioneta requiere de una capacitación mucho más compleja que la de conducir un vehículo, que no todo el mundo podría contar con un aeródromo cerca de su casa o trabajo, o que la probabilidad de destrozar los ejes en el aterrizaje solo era ligeramente inferior a la de romper las alas. Tras varios prototipos, pruebas y más de un susto contra el suelo, estos modelos fueron descartados.

Volar es considerablemente más costoso que rodar

La rueda es fácil. Hay piedras que ruedan colina abajo o son arrastradas por las corrientes de aire. Pero ninguna vuela porque flotar en el aire requiere del uso de unas cantidades descomunales de energía mecánica. Volar es considerablemente más costoso que rodar y exige un consumo de combustible (y energía en general) considerable.

Cuando los primeros coches con alas fueron planeados, el consumo de combustible supuso una barrera más que superar. Ahora que se valoran vehículos con hélices, la energía eléctrica también supone un reto. Para empezar, volar con un dron (autónomo o no) consume decenas si no cientos de veces más energía que rodar con un coche (de nuevo, autónomo o no). Esto hace que el precio se dispare, y el coste medioambiental también.

Además, la densidad energética de las baterías hacen que los drones tengan poca autonomía. La gente no quiere subirse a un cuadrihelicóptero con una autonomía de media hora.

¿No hay esperanza para los coches voladores?

Es complicado. Además de los problemas técnicos, cuyas soluciones parciales están aún en desarrollo y se listan a continuación, existen problemas legales que aún hay que superar. Entre los retos en proceso de resolución están:

  • Aumento de la densidad energética de las baterías. En 1991, mucho tiempo después de abandonar la idea del AVE Mizar, la densidad energética de las baterías rondaba los 100 Wh/kg. En 2023 se han superado los 500 Wh/kg. Esto arroja esperanza para viajes cortos de carácter periurbano. Los urbanos serán un problema legal.
  • Materiales y diseños más livianos. Los coches del siglo pasado eran de acero y madera y, aunque los de este siglo usan también plástico, lo cierto es que se han diseñado materiales capaces de compaginar una enorme resistencia y bajo peso como los formados por fibras de carbono de la Fórmula 1, aleaciones de aluminio de la industria aeroespacial o polímeros reforzados con fibras como en los deportes acuáticos.
  • Sin conductor, el taxi pesa menos. Desde el punto de vista de la ingeniería, mover un vehículo de varios cientos de kilogramos más otros 80 kilos de conductor para desplazar a una persona no es particularmente eficiente. Cualquier forma de aligerar la cabina ayudará, y la conducción autónoma por el cielo ya se usa con frecuencia en aviación.

Sin embargo, entre los retos legales todavía quedan dos grandes pilares:

  • La compleja (y necesaria) normativa aérea. El espacio aéreo está altamente regulado, por motivos obvios. Es el motivo por el que muchos drones no se pueden usar en ciudades: existe riesgo de caída. Si drones de un par de kilos están regulados, taxis capaces de surcar el cielo lo estarán mucho más. La certificación también está siendo conflictiva allí donde se abren pilotos, especialmente en taxis autónomos.
  • Hay que contemplar la responsabilidad civil de que algo salga mal, y de momento ni los legisladores ni las aseguradoras han aceptado el nivel de riesgo que supone un coche cayendo del cielo. Si los seguros de automóviles rondan los 600 euros de media en países como España, un seguro de aerotaxi podría multiplicar por diez o cien el precio, en función de la altura de vuelo.

Transporte aéreo de mercancías y servicios

Es muy probable que los taxis aéreos, quizá autónomos, tarden alguna que otra década en llegar. Los retos aún son demasiado grandes y existen alternativas factibles a volar como pueden ser conducir, usar el transporte público, pedalear o caminar. O usar una combinación de todas ellas. Sin embargo, sí hay sectores en los que los 'mini-coches voladores' –los denominados UAVs (vehículos aéreos no tripulados)– tienen un futuro más inmediato.

Uno de los mejores inventos suizos de 2023, por ejemplo, fue un dron resistente al calor para ayudar a combatir incendios. Este UAV es capaz de realizar reconocimientos aéreos, subir mangueras contra incendios a grandes edificios o lanzar 'bombas de extinción'. Desde hace ya unos años, algunas playas usan drones de salvamento marítimo capaces de lanzar flotadores, enviar señales de aviso e incluso rescatar personas.

En regiones de difícil acceso, por ejemplo por derrumbes, nevadas o por inexistencia de carreteras, ya son muchos los departamentos de salvamento capaces de lanzar drones con materiales básicos de emergencia como combustible, mantas, comida o comunicadores. En los cielos de algunas periferias urbanas bajo los que no hay cabezas sobre las que caer, las empresas de reparto de mercancías hace tiempo que realizan pruebas de entrega de paquetería, probablemente una de las aplicaciones más inmediatas de los vehículos voladores.

Vertipuertos, una nueva infraestructura en el horizonte urbano

Todos los datos sobre innovación, tecnología, leyes y percepción social indican que no es probable que las personas vuelen en aerotaxis pronto, más allá de algunos renders espectaculares o pruebas piloto en países que diseñan estas tecnologías. Y es que las barreras que tienen que superar estos vehículos son bastante más elevadas que la cota a la que son capaces de volar.

Pero, para cuando lo sean, será necesaria una nueva infraestructura de carga, despegue y aterrizaje que ya ha recibido el nombre informal de vertipuerto, algo parecido a un aeropuerto o helipuerto pero orientado a drones. Primero de carga de materiales, luego de carga de personas. La ciencia ficción marcó un horizonte tecno-optimista que costará bastante tiempo alcanzar, pero que ya plantea futuros probables con cierto nivel de realismo.

Así, ya existen pilotos de vertipuertos desde los que se lanzan drones alados parecidos a avionetas planeadoras con vacunas hacia regiones remotas, y las grandes cadenas logísticas han empezado a buscar parcelas urbanas que sirvan de espacio para construir infraestructuras de aterrizaje, a espera de una regulación favorable.